El sacrificio de alabanza


 “Luego levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean; Y yo sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo; Cantaré y entonaré alabanzas a Jehová”.(Salmos 27:6)

A medida que desarrollemos el hábito de la alabanza, tendremos días en los que nos será difícil reunir las fuerzas necesarias para alabar. Puede que hoy, ayer y anteayer hayamos alabado a Dios siete veces al día, y que le hayamos alabado con la misma constancia la semana pasada o el mes anterior. Pero llega el día en que simplemente nos es imposible proferir alguna alabanza. Son días en los que a uno lo agobia el dolor, la oscuridad total o los problemas más graves. En tales días, uno se encuentra tan agobiado que, incluso, derrama lágrimas de auto compasión. ¿Cómo es posible que en tales días podamos alabar a Dios? Si se siente herido, dolido y atribulado. Pues la respuesta más obvia no consiste en alabar, sino en lamentarse. Se siente que lo más normal sería murmurar en lugar de dar gracias, y no hay deseos de alabar ni se piensa en hacerlo.
Al tomar en cuenta las circunstancias y el estado en que uno se encuentra, pensamos que alabar no es lo más apropiado. En ese preciso instante deberíamos recordar que el trono de Jehová permanece inmutable, que su nombre no ha cambiado y que su gloria no ha mermado. Uno debe alabarlo simplemente por el hecho de que Él es digno de ser alabado. Uno debe bendecirlo por la sencilla razón de que Él merece toda bendición. Aunque uno esté agobiado por las dificultades, Él sigue siendo digno de alabanza; entonces, a pesar de estar angustiados, somos llevados a alabarlo.
En ese momento, nuestra alabanza viene a ser un sacrificio de alabanza. Esta alabanza equivale a sacrificar nuestro becerro gordo. Equivale a poner lo que más amamos, nuestro Isaac, en el altar.
Así, al alabar con lágrimas en los ojos, elevamos a Dios lo que constituye un sacrificio de alabanza.
¿En qué consiste una ofrenda? Una ofrenda implica heridas, muerte, pérdida y sacrificio. En presencia de Dios, uno ha sido herido y sacrificado. Delante de Dios, uno ha sufrido pérdida y ha muerto. (Ha perdido el mundo y ha muerto al pecado). Sin embargo, uno reconoce que el trono de Dios permanece firme en los cielos y no puede ser conmovido; y, entonces, uno no puede dejar de alabar a Dios. En esto consiste el sacrificio de alabanza. Dios desea que Sus hijos le alaben en todo orden de cosas y en medio de cualquier circunstancia.


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