Libres de vendas y ataduras


 Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: !!Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir. (Juan 11:43-44)

Pocas escenas en los Evangelios poseen tanto dramatismo como el momento en el que Lázaro salió de la tumba. Las palabras que Jesús había hablado a Marta, hacía apenas unos momentos, se habían cumplido con exactitud: «Tu hermano resucitará» (v. 23). La absoluta improbabilidad de que esto tuviera un sentido literal llevó a Marta a interpretar las palabras del Mesías en términos simbólicos. Pero es- taba equivocada. Poco tiempo después, Lázaro apareció, en persona, ante el atónito asombro de todos los presentes.

Quisiera que nos detengamos ante esta figura que ha regresado de la muerte. Sin duda, su aspecto era extraño en extremo, pues emergía de la tumba en la misma condición que había sido enterrado. Percibo, sin embargo, que la imagen nos ofrece una fuerte simbología de la vida, tal cual la experimentamos muchos de los que estamos en la iglesia. Lázaro estaba vivo, pero no estaba en condiciones de afrontar aun los desafíos de la vida. Sus pies y manos estaban atados con vendas, y su rostro cubierto por un sudario. Por más que hubiera intentado echarse a andar, no habría llegado muy lejos con semejantes limitaciones. Por esto, Cristo vio necesario instruir a los presentes: «Desatadle, y dejadle ir»

Muchos hemos pasado, en Cristo, de muerte a vida. Recuperamos, tras conocerlo a él, una perspectiva sana y un propósito loable. Nuestra existencia ahora tiene sentido. No obstante, no hemos avanzado grandes distancias por el camino que Jesús nos señala, porque son muchas las ataduras que aún arrastramos de nuestro estado de muerte. Aunque hemos vuelto a vivir, nuestra condición sigue siendo muy similar a la que teníamos cuando estábamos muertos. Las vendas y ataduras que restringen se refieren a esos aspectos de la vida pasada a los cuales aún no le hemos dado acceso a Cristo: relaciones que no han sido sanadas, ofensas que no han sido perdonadas, hábitos que no han sido abandonados, reclamos a los que no hemos renunciado. Todo esto constituye un bagaje demasiado pesado para arrastrar en la nueva vida que hemos recibido. Atados y restringidos por estas cuerdas invisibles, acabamos estancados en el mismo lugar. Pasan los años, pero no experimentamos la vida victoriosa de la cual habla, con tanto entusiasmo, el apóstol Pablo.

¿No será este un buen momento para que sean quitadas esas ataduras? Al igual que Lázaro requerimos la ayuda de otros para salir adelante. No te demores en pedir auxilio. No podemos vivir todo lo que Cristo tiene para nuestra vida hasta que lleguemos a ser genuinamente libres.

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